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‘Aparecido’ se salvó de ser botado a la basura, pero su calvario sigue


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Un indigente le arrancó los dientes a Aparecido. Un hematoma en su pata repugna a algunos, y conduele a otros pocos. Foto Cristian Mercado

Por Iván Bernal Marín


Un perro sin raza, ni ánimo ni dientes, ni culpa ni religión, estuvo a punto de ser lanzado a un arroyo, metido en una bolsa como un desperdicio. La sinrazón de su calvario se debe al temor que despierta entre algunos habitantes de Barrio Abajo. Creen que la protuberancia de carne viva en su pata trasera es “un cáncer que se le va a pegar a la gente”.

Esa putrefacción por la que ya no puede correr y escapar de los que quieren deshacerse de él, no es más que un hematoma, por una piedra lanzada por alguien entre esa misma gente que ahora le tiene asco.

Lo llaman Aparecido. Nadie sabe de dónde llegó, y fue lo primero que se les ocurrió a los niños que lo convirtieron en su compañero de juegos. Sin querer, al llamarlo así lo situaron en el árbol genealógico de Encontrado, otro mártir perruno inmortalizado en la novela La Caverna, de José Saramago.

Apareció hace dos años en la carrera 53 con calle 43. Desde entonces ha sido blanco de los arrebatos de un indigente conocido con el alias de El Gato.

Cada mes son denunciados en Barranquilla unos 360 maltratos como los que a Aparecido le propina el mendigo felino.

Enalba Tafur, un ama de casa de 48 años, voz dura, cuerpo robusto y piel negra, es la protectora de Aparecido, de cuero gris, colgante, de huesos tembleques. O por lo menos lo intenta. Ella fue quien se atravesó a gritar para evitar que lo botaran. Le da las sobras de lo que prepara de almuerzo, aunque Aparecido tiene dificultad para comer desde que El Gato le arrancó los dientes. Otro día lo bombardeó a piedras, que le dejaron dificultad para caminar.

Enalba lo llevó al veterinario, y le dijeron que es necesario amputarle la pata. No tiene dinero para pagar la operación. Le ha pedido a la Policía que se lo lleven “a alguna parte donde lo curen”, para evitar que siga sufriendo hasta que la infección se lo coma, a merced de nuevos ataques. Lo único que ha logrado Enalba es ganarse el repudio de muchos vecinos, y la solidaridad de niños como Alfredo Tejada, 13 años. Aseguran no tenerle asco, y luego narran cómo corrían con él y se le montaban en el lomo, por esas calles polvorientas en las que dejó sus manchas de sangre.

De fondo. Marcela Ramírez, presidenta nacional de la Red de Protección Animal y Ambiental, Redpaa, explica que las autoridades de todo el país se quedan ‘sin dientes’ para controlar la problemática del maltrato contra los animales principalmente por la falta de construcción de depósitos, llamados cosos, definidos en la ley.

“Obligaría a cualquier autoridad, policial, ecológica, cívica, incluso de turismo, a obrar en caso de maltrato. Deberían entrar a retener el animal afectado y entregarlo a las sociedades protectoras. Pero el mismo Estado no da los recursos para que se cumpla”. Ramírez explica que las Sociedades de Protección de Animales no son parque del Estado, por lo que sostienen con recursos propios o aportes de los ciudadanos. Por ende, así como no hay adonde llevar a los burros maltratados por carromuleros, Aparecido parece no tener más destino que ese que Enalba se empeña en evitar.

Se lame sus heridas solo en una esquina, vulnerable a dos tipos de apariciones: una espectral, El Gato con sus piedras, y otra más improbable, una milagrosa que lo salve.

Un albergue ciudadano

En Malambo, 50 perros y un gato están alojados en lo más cercano a un coso municipal que hay en el Atlántico, un albergue de la organización barranquillera Fundefauna, que intenta mejorar las vidas de animales abusados, maltratados e ignorados. Los socios aportan mensualmente cuotas de 30 a 50 mil pesos para la alimentación, los medicamentos y la atención veterinaria de los animales, recogidos en las calles.

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