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La ciudad y los perros


Editorial resalta que los sacrificios no han demostrado la efectividad sobre el control de los animales abandonados la necesidad de esterilizar masivamente educar a la comunidad y penalizar el abandono.

Cada vez que se registra el ataque de un perro callejero se reabre el debate sobre la forma como debe asumirse el control de estos animales. En él, vale decirlo, acaban enfrentados siempre quienes proponen medidas radicales, como el exterminio de los canes y los gatos sin dueño, y aquellos que consideran que esta práctica es un signo de brutalidad.

Esos episodios, infortunadamente, no han desembocado en la solución definitiva de este problema, que conlleva riesgos potenciales para la salud pública. Para la muestra, dos graves hechos ocurridos las últimas semanas en Bogotá, donde cerca de 15 canes que llevaban meses abandonados en un lote atacaron a un niño de 10 años y le provocaron heridas severas, y en Cali, donde tres turistas de la capital resultaron lesionados por la misma causa.

Tras divulgarse los casos se conoció que el alcalde de Mosquera (Cundinamarca) había decidido enfrentar el asunto con el sacrificio de más de 3.500 perros callejeros que, se calcula, hay en ese municipio. La medida generó la inmediata protesta de defensores de los animales y de dueños de mascotas, que calificaron de "nefasta" la iniciativa.

Es entendible la sensibilidad que el asunto despierta. Perros y gatos han acompañado a los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Por esa razón, hoy muchas personas los consideran miembros de sus familias y un rasgo característico de la vida en comunidad.

Pero hay que aceptar que una cosa son las mascotas y otra los animales sin dueño que, al vagar por las calles y sin cuidados de ninguna especie, representan un peligro para la misma gente.
Solo en Bogotá, donde se estima que viven 680.000 perros (90.000 de ellos en el abandono), ocurrieron el año pasado 7.499 accidentes con animales, la mayoría canes, entre los que se cuentan desde lameduras de heridas hasta mordeduras, que ameritaron intervención médica.

En la memoria están frescos, también, los brotes de rabia (una enfermedad propia de la Edad Media) en Santa Marta (enero del 2006) y el Cauca (abril del 2008), a causa de la mordedura de gatos y perros infectados.

Por lo tanto, es de la mayor importancia que todas las secretarías de salud del país pongan en marcha medidas para controlar la población de perros y gatos sin dueño. Eso no se discute. Lo que es claro es que estas deben ir más allá de la captura y el sacrificio. A la larga, la medida resulta inútil si no se emprenden acciones de esterilización y vacunación masiva y si no se hace una difusión más amplia de programas de adopción de mascotas.
Los ciudadanos, por su parte, deben asumir con más seriedad la responsabilidad que implica la tenencia de animales. Descuidarlos y abandonarlos a su suerte no solo es irracional e inhumano; también es una forma de atentar contra el bienestar colectivo.

En este último punto se falla especialmente. Vale decir, por ejemplo, que, pese a los esfuerzos que la Secretaría de Salud de Bogotá hace por esterilizar y entregar en adopción a muchos de los animales que captura, cerca de 12.000 de ellos, abandonados por sus dueños, acaban siendo sacrificados cada año.

Queda claro que la peor actitud frente a un problema así es considerarlo un asunto menor, del que solo se es consciente cada vez que ocurre un ataque. La solución tampoco puede plantearse desde el fanatismo o la barbarie, sino construirse con racionalidad y sin dilaciones.

Las secretarías de salud deben poner en marcha planes serios en este sentido, como lo señalan desde hace tiempo las normas; los ciudadanos, asumir responsablemente el cuidado de sus mascotas, y las autoridades de Policía, imponer las sanciones a que haya lugar a todo aquel que las abandone.

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